Nota del Día: La deuda pendiente con quienes sostuvieron nuestra cultura
Por los que dedicaron sus vidas a sostener el patrimonio emocional de este país, y ahora, "viven en la periferia"

La mayoría de los artistas envejecen en condiciones que no hacen justicia a su contribución / #Tintamanchega

by | Nov 18, 2025 | #Manchactual

Durante décadas, intérpretes, músicos y trabajadores del espectáculo han sostenido la vida cultural del país encadenando empleos frágiles y cotizaciones insuficientes. Hoy muchos afrontan la vejez en soledad, con pensiones mínimas y sin un sistema que reconozca la singularidad de sus carreras. España tiene una deuda, y es el momento de pagarla.

En España hablamos con frecuencia de la importancia de la cultura, de su valor simbólico, social y económico. Aplaudimos los estrenos, llenamos teatros (a veces), celebramos premios y compartimos canciones y películas que forman parte de nuestra memoria colectiva.

Pero hay un aspecto que casi nunca aparece en el debate público: ¿Qué sucede con los artistas cuando llega la vejez? ¿Qué ocurre cuando el cuerpo ya no resiste el ritmo de un escenario, cuando las ofertas escasean o cuando la industria simplemente deja de mirarles?

La triste noticia de una figura popular sirve, una vez más, para recordarnos que muchos creadores envejecen en condiciones que no hacen justicia a su contribución.

La precariedad es la norma en la vida artística española. Pocos sectores encadenan trayectorias laborales tan discontinuas, con periodos largos sin trabajo formal, con pagos irregulares, empleos intermitentes, contrataciones de una semana, o de un día, cachés que no cotizan lo que deberían y vacíos en la Seguridad Social imposibles de tapar.

La imagen pública del artista en España, tan teñida a veces de glamour, no tiene nada que ver con la realidad estadística. La mayoría ha levantado su carrera con sacrificios enormes, con más inestabilidad que certezas y, en demasiados casos, con ingresos que no permiten planificar una jubilación digna.

Y cuando se cruza la barrera de los sesenta o los setenta años, esa fragilidad acumulada se revela sin anestesia. Muchos artistas mayores viven hoy con pensiones mínimas o incluso con ayudas sociales complementarias porque sus cotizaciones no alcanzan los requisitos para una prestación adecuada.

Otros dependen de familiares. Y muchos más sobreviven en soledad, en pisos modestos, alejados del foco que un día iluminaron. Son personas que dedicaron sus vidas a sostener el patrimonio emocional de este país, pero que ahora sobreviven en la periferia social.

En este contexto, iniciativas como la Casa del Actor no eran un lujo, eran una necesidad.
Representaban un modelo lógico y humano de cuidado. Una residencia adaptada, especializada, donde intérpretes, músicos, técnicos, bailarines y profesionales del arte en sentido amplio pudieran envejecer acompañados, comprendidos y bien atendidos.

Un lugar que reconociera que su trayectoria laboral no encaja en los patrones tradicionales y que ofreciera apoyo específico a quienes dedicaron su vida a un oficio tan valioso como inestable. La Casa del Actor prometía eso: dignidad.

Y, sin embargo, el proyecto fue diluyéndose entre cambios políticos, desinterés institucional y falta de compromiso real. Lo que debía ser un referente nacional en atención a artistas mayores se convirtió en un ejemplo de abandono, casi una metáfora de lo que ocurre con muchos proyectos culturales en España, y cerca de nosotros tenemos un buen ejemplo de ello.

Otros países han avanzado algo más en este terreno. Alemania cuenta con un sistema específico de protección social para artistas autónomos; Francia reconoce un estatus laboral particular para creadores y trabajadores culturales; e Italia integra a los profesionales del espectáculo en un fondo propio dentro de su sistema público de pensiones. No son modelos perfectos, pero parten de una misma idea: la carrera artística necesita mecanismos adaptados a su realidad.

España, en cambio, sigue apoyándose en iniciativas aisladas, asociaciones saturadas o la buena voluntad de compañeros y familiares. No existe un modelo integral. Y las consecuencias se ven cada año. Artistas que mueren en soledad, que afrontan enfermedades sin red comunitaria o que sobreviven gracias a pensiones insuficientes.

Lo que está en juego no es solo un edificio ni una estructura asistencial. Es el reconocimiento de que nuestro sector cultural tiene características laborales únicas que exigen soluciones específicas. Es aceptar que quienes nos hicieron reír, cantar, emocionarnos y pensar merecen la misma seguridad que cualquier trabajador al final de su vida.

La pregunta ya no es si necesitamos un lugar como la Casa del Actor. La pregunta es por qué hemos tardado tanto en entenderlo.

España tiene una deuda histórica con sus artistas mayores, y ya no podemos seguir aplazando el momento de pagarla. A ver si esta vez hacemos algo más que lamentarnos.

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