Nota del Día: memoria, tierra y futuro en una sola sombra
Una celebración dedicada al guardián milenario que alimenta, ilumina y entrelaza la historia de quienes habitan la tierra que él custodia

En la quietud, el olivo se alza como un guardián de siglos que aún susurra el idioma antiguo de la tierra / Freepik

by | Nov 26, 2025 | Sin categoría

El olivo, guardián milenario de la tierra, nos recuerda que en sus raíces vive la memoria y en su sombra el porvenir. En su quietud habita una lección de paz que aún ilumina hogares, nutre pueblos y sostiene nuestra historia compartida.

En esta jornada consagrada al olivo surge mirar aquello que permanece cuando todo lo demás parece inclinado hacia la fugacidad. El olivo no es un simple árbol. Es un testigo milenario que ha visto avanzar generaciones enteras como quien contempla un río que fluye sin prisa.

Sus raíces atraviesan la tierra manchega en busca de la memoria misma. Quien se acerca a él percibe la presencia sutil de los antiguos que lo plantaron con la esperanza de que el futuro encontrara sustento en su copa.

Hay en el olivo una figura moral que interpela y que somete a examen nuestra manera de habitar el mundo. La austeridad de su tronco retorcido parece pronunciar un alegato contra el exceso. El brillo de sus hojas murmura una serenidad perdida, un recordatorio de aquello que hoy se nos escapa entre pantallas y urgencias. El fruto que entrega no es impaciente.

Madura con un ritmo que el ser humano ha olvidado en su constante prisa por alcanzar un mañana que nunca llega pleno. Esta jornada nos convoca a recuperar un pacto con lo esencial y a reconciliarnos con los tiempos profundos.

La cultura mediterránea ha erigido sobre el olivo un templo simbólico donde se funden alimento, luz y palabra. La lámpara que ardía en los hogares antiguos contenía el mismo aceite que ungía al héroe y enaltecía el altar. No era solo un líquido precioso. Era un pequeño sol domesticado que traía claridad al pensamiento.

Por eso, cuando hablamos del olivo, hablamos también de la civilización que encontró en él un compañero humilde y poderoso. En tierras de La Mancha ese vínculo adquiere una cadencia particular que se expande sobre los horizontes abiertos y sobre los olivares que se multiplican en líneas que parecen versos.

En tiempos convulsos el olivo nos ofrece una lección de permanencia que contrasta con la volatilidad del presente. Mientras el mundo levanta muros de desconfianza y las palabras se desgastan en un ruido sin rumbo, el olivo permanece firme.

No exige. No se lamenta. Tampoco se erige en juez. Sencillamente vive y enseña que la fortaleza verdadera no reside en la rigidez sino en la flexibilidad paciente. Su tronco, que parece agrietado por la adversidad, es en realidad un archivo en relieve. Cada curva es un párrafo. Cada nudo es un suceso. Cada grieta es un verso escrito por el viento.

Hoy celebramos el Día Mundial del Olivo y no se trata de un gesto protocolario sino de una invitación urgente a reconsiderar nuestra relación con la tierra que nos sostiene. En un planeta herido por la explotación y la indiferencia, el olivo se convierte en símbolo de reconciliación. Es la proclamación de un equilibrio posible entre el ser humano y su entorno.

En La Mancha, tierra de molinos que conversan con el cielo, el olivo ocupa un lugar que rebasa lo agrícola. Es parte del paisaje emocional de sus gentes. Marca el pulso de las estaciones. Sostiene la economía familiar. Inspira palabras que luego se convierten en canciones y relatos. Incluso cuando los caminos se vuelven polvorientos y el sol cae vertical sobre los campos, el olivo permanece ofreciendo una sombra que es casi un abrazo antiguo y necesario.

Quien contemple un olivar al atardecer comprenderá que el olivo no pide admiración sino compañía. Y tal vez en esa humildad radique su grandeza. Porque un árbol que puede vivir más que un imperio recuerda al ser humano que el tiempo es un bien prestado y que nuestra misión no es devorarlo sino habitarlo con dignidad.

En este día consagrado al olivo conviene alzar la vista y reconocer la hondura de su mensaje. Que cada fruto que brote sea una promesa de continuidad. Que cada rama que crezca sea un gesto de paz verdadero. Que cada raíz que se hunda en la tierra nos recuerde que solo donde existe memoria puede germinar el futuro.

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