Nota del Día: El deseo de refugio
Después de una década de ruido e incertidumbre, buscamos volver a sentirnos dentro de algo, aunque solo sea de nosotros mismos

En tiempos de ruido e hiperconexión, crece el deseo de refugio / #Tintamanchega

by | Oct 14, 2025 | #ATinta

En tiempos de ruido e hiperconexión, crece el deseo de refugio. Volver a la calma, al hogar y a lo esencial para reconectar con uno mismo.

En las últimas semanas, varios medios han coincidido en el auge del “slow living”, esa forma pausada de habitar el tiempo, y el testimonio de psicólogos ambientales que describen el hogar como “espacio de reparación”. En redes, etiquetas como #refugiointerior, #vidalenta o #slowhome suman millones de visualizaciones, llenas de rituales domésticos como terrazas convertidas en jardines, cafés sin prisa, o luz cálida de tarde.

En medio del ruido, esta nueva tendencia no es solo algo estético, es un reflejo emocional. El refugio se ha vuelto un deseo compartido entre una población hastiada de la vorágine descontrolada de la vida moderna. No hablamos solo de paredes o muebles, sino de un modo de estar. Cerrar la puerta, apagar el teléfono y detener el scroll.

Después de una década de hiperconexión y exhibición constante, lo íntimo vuelve a tener valor. La pandemia nos obligó a mirar hacia dentro; pero el vértigo posterior nos empujó otra vez hacia fuera. Hoy, esa oscilación entre exposición y retiro se ha convertido en la manera más humana de intentar mantener el equilibrio.

La búsqueda del refugio atraviesa generaciones, aunque cada una lo interpreta a su manera. Los millennials (1981 – 1996), agotados por años de exposición y productividad constante, buscan recuperar la intimidad que las pantallas les robaron. La generación Z (1997 – 2012), que nació dentro del ruido digital, empieza a explorar el silencio como forma de resistencia, de ahí el auge del ‘slow living’ o los ‘digital detox’. Y las generaciones antecesoras de los millennial, que siempre supieron que el hogar podía ser un lugar de calma, redescubren en lo cotidiano un bienestar que nunca dejó de estar ahí. Al final, todos parecen coincidir en la necesidad de reconectar con el medio y con nosotras y nosotros mismos.

El auge del refugio no surge en el vacío. Llega después de una década de incertidumbres; pandemias, pantallas, guerras, algoritmos; que han desdibujado las fronteras del descanso. Vivimos en una especie de alerta permanente, donde el trabajo invade el salón y las noticias entran hasta la cocina. Quizá por eso, más que confort, lo que buscamos ahora es contención: Un lugar donde el mundo se detenga un instante.

Los datos lo respaldan. Los psicólogos hablan de fatiga social, los arquitectos diseñan espacios más silenciosos, y los algoritmos detectan que las búsquedas de “vida lenta” y “minimalismo emocional” crecen cada otoño. Pero más allá de las etiquetas, lo que se percibe es una necesidad de pausa, un intento de reconciliar lo doméstico con lo mental. Queremos sentirnos a salvo sin desconectarnos del todo. Descanso sin culpa.

Tal vez este “deseo de refugio” no tenga tanto que ver con huir como con aceptar que el bienestar no siempre está en el movimiento, sino en la atención. En un sofá donde ocurre poco, pero donde algo dentro de nosotros vuelve a respirar.

Vivimos expuestos incluso cuando estamos solos, y frente a eso, el refugio se convierte en un pequeño acto que nos permite recuperar el derecho al silencio, al ritmo propio y a no tener que estar disponible todo el tiempo.

Quizá por eso ahora buscamos lo pequeño. Una taza, una planta, una lámpara encendida cuando anochece. No es decoración, es un código. Cada gesto cotidiano es una forma de decir: “Aquí estoy, y no necesito estar en todas partes”.

Pero tampoco basta con encontrar serenidad entre cuatro paredes; también necesitamos redes que nos sostengan fuera de ellas. La filósofa Marina Garcés escribió que “vivir juntos no es compartir un espacio, sino un ritmo”. Quizá el refugio sea, precisamente, el intento de recuperar ese ritmo perdido.

En el fondo, ese impulso tiene algo profundamente humano: la necesidad de volver a sentirnos dentro de algo, aunque sea de nosotros mismos.

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