A partir de este sábado, #Tintamanchega contará con una nueva voz en sus páginas: la de Carlos, diseñador gráfico, amante del arte y pensador incansable que nos invita a mirar la cultura desde la curiosidad y la reflexión. Su nueva columna, “DivagArte”, se publicará cada quince días y promete ser un espacio para redescubrir el placer de pensar, mirar y sentir el arte sin prejuicios.
Para conocerlo un poco más, conversamos con él sobre su trayectoria, sus inquietudes y el espíritu que anima esta nueva aventura.
P – Para empezar, cuéntanos un poco sobre ti. ¿Quién eres y cómo llegas a colaborar con nuestra revista?
R – No sé si las casualidades existen, supongo que sí. No creo que esté todo escrito ni dónde estaría guardado si así fuese, y tampoco creo que la naturaleza fundamental de la existencia humana puede estar tan determinada. Así que supongo que todo se debe a quiénes conocemos y por qué.
He sufrido cerca de treinta mudanzas («culo inquieto» que decía mi abuelo, ¡otro gran culo inquieto!) y, por alguna circunstancia que no atino a desentrañar, siempre acabo cerca del mismo tipo de gente. Quizá se explique con aquello de la «mente colmena» pero visto y vivido desde la contracorriente. Ya sé que suena contradictorio, pero en realidad dentro de una corriente mayoritaria, siempre surgen remolinos que tienden hacia otro lado.
El caso es que cuando nos presentó Pepa Díaz-Meco, gran actriz y directora de teatro singular, y hablamos de esta revista digital, esa metafísica indeterminada, pero de alguna forma proclive al encuentro me avisó con una ráfaga de luces largas. ¿Quizá podría colaborar de alguna manera, con mis experiencias y mis puntos de vista?
Mi formación corresponde a un diseñador gráfico que empezó a diagramar páginas de revistas antes de los ordenadores. Todo se trabajaba con tipómetros, tramas, diapositivas, cuentahilos y muchos cálculos matemáticos para encajar las palabras de los redactores en la tiranía del espacio físico de la página (fíjate, ya no recuerdo nada de cómo lo hacíamos…). Y esos comienzos, allá por los 80 (atrapados por los pelos en forma de necesidad de trabajar) acabaron por asentarse sobre mis hombros durante más de treinta años de profesión.
P – ¿Qué te gustaría lograr con tu nueva columna “DivagArte”?
R – Esta columna no solo dibujará mi historia sino la de muchas, la de toda una generación que vivíamos y sufríamos un apagón cultural y vivencial en los años setenta del siglo pasado, desde que nos asomamos al mundo y que estaba cargado de valores nuevos para nosotras, las personas que carecíamos de referentes y precedentes, y que en otras sociedades ya se desarrollaban con libertad y con una avalancha de propuestas creativas comunales.
Ese despertar al mundo vivo y vibrante espoleó nuestra energía (la imaginación ya la ponían otros: estadounidenses, ingleses, franceses, alemanes…) y, fijándonos mucho y copiando lo que se podía copiar, acabamos por empaparnos de un mundo muy nuevo para nosotras y acabamos por salpimentar ese bagaje extranjero con nuestras cositas, tímidas y un poco acomplejadas, pero que ayudaron a dibujar un plano de propuestas culturales que nos llegaban de fuera pero que traducíamos y adaptábamos con lo que llevábamos dentro. Luego llegó la «movida madrileña», pero eso es otra historia. Estoy hablando de los setenta del siglo pasado.

Y ese impulso nuevo (que era nuevo entonces) puede ser muy útil ahora. Rescatar esos valores, propuestas, corrientes… por supuesto con una mirada nueva, claro está, es una alternativa a la planitud del reguetón, de la cultura del fango y de las fake news, de lo rápido y fácil, de lo gratis para mí pero con royalties para los demás. Una nueva versión de la planitud franquista, pero sin Franco. E igualmente plana.
Se nos avecina un mundo incierto, incluso peligroso, no solo por la salvaje inmediatez de las guerras y los grandes conflictos humanos, sino por el pensamiento único preponderante. Sin mirada crítica ni repaso a la historia y al bagaje de la cultura occidental moderna, tolerante e inclusiva.
Ahora que lo digo en voz alta, me parece que me he puesto un listón altísimo, Javier. Pero si no empezamos ahora, con los recursos que tengamos cada cual, ¿para cuándo lo dejamos?
P – ¿Qué temas o inquietudes te gustaría explorar en este espacio?
R – Es un poco lo que te acabo de decir. Quiero abordar temas de cultura, de arte, de propuestas… a través de mi experiencia, que es de lo que mejor puedo hablar. De cómo pude (y pudimos mis coetáneos) aproximarme a una mirada nueva que me deslumbraba y en la que quizá mucha gente no estaba interesada o a la que no había podido acceder.
Y buscar, recuperar el placer de buscar, de preguntarse cosas, de investigar otras miradas, otras dialécticas, otras experiencias.
En un mundo plano como el que sufríamos, llegaban nuevas maneras de mirar al universo. Y eso siempre es moderno, siempre es de ahora, y siempre siempre será positivo.
La actitud de nuestra generación ante la avalancha de movidas culturales de fuera y nuestra manera de asimilar esas propuestas fue de total permeabilidad. Y en este mundo global de hoy tan plano quizá sea el momento de recuperar esa actitud. Por eso quiero rescatar esos eventos culturales primigenios para luego, más adelante, abordar otros prismas y otras miradas. Pero querría empezar por mí.
Por mi manera de admirar el mundo, por lo que veía y lo que me empapaba, lo que me llegaba más adentro.
P – ¿Qué significa para ti “divagar” en el arte? ¿Qué papel juega la reflexión o la intuición en tu proceso creativo?
R – La reflexión siempre te visita de la mano de la formación. Es difícil (y de mentes muy privilegiadas) sacar conclusiones sin datos previos. Es casi imposible, diría yo.
Sin embargo, la intuición no necesita de tanta parafernalia, me parece a mí. Y ahí estamos todas, las que no hemos profundizado pero que nos apetece mirar el mundo con otros ojos y regalarnos con manifestaciones artísticas y culturales solo por el placer de verlas y registrarlas en nuestra retina. Creo que es cosa de dejarte llevar y de afrontar el hecho cultural desprovisto de prejuicios.
Divagar es un gran placer. Un amigo me decía: “si quieres asentar tu opinión, defiende lo contrario, y los demás te darán argumentos para reforzarte en tu idea primera”. Pues eso es un poco divagar. Di que sí y al mismo tiempo que no. Párate ante tu negativa y luego ante tu positividad. Escúchate. Ábrete. Mira por arriba y por abajo… y en diagonal, también…
Partir de una idea predeterminada en cuestiones de arte y cultura es una manera de cansarte mucho. Dale una tarde o toda una noche. Déjalo estar y lo miras mañana otra vez. Y sonríe, joder.
Si te sitúas ante una obra de arte que te chirría, que te parece desagradable, extraña, poco armoniosa o rotundamente asquerosa… párate y prueba a pensar esto: “qué jodía esta persona… ha sacado de mí lo peor”. Y a lo mejor has acertado plenamente. Eso… precisamente eso, querría el artista…
¿Qué obra me revuelve y me incomoda y me provoca náuseas? ¿Un cuadro me provoca eso?, ¿en serio es capaz de provocarme tanto desasosiego? Si me sitúo allí, en lo más repugnante y repulsivo, y soy capaz de entender que el artista buscaba precisamente eso, pues mira, quizás ha acertado el tiro. Quizá sabía muy bien lo que quería…
O quizá no… ¿quién está dispuesto a afirmar rotundamente que el arte sirve para algo y no para lo contrario? ¡Este juego es tan divertido!
P – ¿Cómo crees que el arte puede influir en la manera en que miramos el mundo cotidiano?
R – Como diría Ignatius Farray, fundamentalmente sirve para “follarnos la mente”. Para eso sirve. Para pellizcarnos la piel y servir de acicate y de revulsivo. Y así es como lo disfrutamos más los que no tenemos formación académica, sino que somos la otra parte de la industria: el público llano. Porque el público somos los destinatarios del arte.

Cuando un compositor musical escribe una obra espera que alguien la oiga. Podría ser, sin embargo, que alguien escriba una canción o pinte un cuadro, o escriba una novela para que nadie la escuche, para que nadie la vea, o la lea. Para sí mismo, que también podría ser.
Pero entonces no es “publicar” un trabajo. Cuando uno “publica” (es decir, hace público) algo, es para que sea leído, escuchado o mirado por el “público”. Y en ese momento deja de pertenecerle a él o a ella en exclusiva. Y pasa a pertenecernos a todas. Y ese es nuestro trabajo más importante: ser el receptor del trabajo artístico y cultural.
La punta de lanza de la sociedad está en nuestras manos, por supuesto, en las manos de todos y todas nosotras, pero también en las manos de los y las artistas, que nos insinúan un camino y nos proponen guiños y soluciones varias.
Por eso me atrevo a encarar esta columna. Porque yo (y vosotras) soy el otro cincuenta por ciento del negocio. Sin nosotros, ellos (los artistas) no son nada. Solo un hálito, una sospecha, una ligera idea. Y es cuando su arte y su obra se estrella sobre nuestras frentes cuando todo toma forma.
Y por eso voy a comentar cómo veo yo la vida artística y cultural y cómo veo las perspectivas de mis años vividos y, en especial, porque necesitamos esas referencias sociales, para mirar mucho más lejos.
Hay un proverbio árabe que dice: “¿Ves tus pies? ¡Tan llenos de músculos, de tendones, de huesos y de resistencia… pura fuerza férrea…! Pues son nada si lo comparas con tus ojos, que miran siempre muchísimo más lejos aún que tus pies, ¡y eso que tus ojos solo son agua…!”.
Pues eso es el arte. Son nuestros ojos, que siempre miran más allá de nuestros pies, aunque solo sean agua.
P – Si pudieras invitar a los lectores a algo con “DivagArte”, ¿qué les dirías?
R – Les invitaría a ser protagonistas del arte sin complejos, como ese 50% del hecho artístico del que acabo de hablar. Porque somos nosotros quienes vamos a definir el futuro de la sociedad y, por tanto, la manera de mirar al mundo donde el arte deberá reflejarse. Y porque de esa interacción saldremos todas ganando.
“DivagArte” se publicará cada quince días, los sábados, en Tinta Manchega. Prepárense para dejarse llevar, pensar, disentir y, sobre todo, disfrutar del arte sin filtros.
