En los pueblos de Ciudad Real, acudir al médico se ha convertido en una tarea imposible. La falta de profesionalesde la sanidad, las jubilaciones no cubiertas y la precariedad de los servicios sanitarios rurales están dejando al descubierto una fractura que no solo es asistencial, sino también moral: La idea de que la salud pública, un derecho básico, vale menos en las zonas donde viven menos personas.
Durante las últimas semanas, distintos municipios de la provincia, desde Almadén hasta Villanueva de los Infantes, pasando por Argamasilla de Alba o Villahermosa, han vuelto a levantar la voz. No lo hacen por capricho, sino por necesidad.
En algunos consultorios, las consultas médicas se agrupan en un solo día a la semana. En otros, el personal de enfermería cubre varios pueblos en jornadas maratonianas. Mientras tanto, los vecinos mayores deben recorrer decenas de kilómetros para una simple analítica o para recoger una receta.
Las autoridades sanitarias insisten en que el problema es estructural y que faltan médicos no solo en Ciudad Real, sino en toda España. Y es cierto.
Pero reducir el debate a la falta de médicos es una forma de esconder un problema más profundo de planificación y de falta de voluntad política para garantizar que la sanidad pública llegue en condiciones dignas a todos los rincones del territorio.
El modelo actual, heredado de décadas de centralización y recortes, se ha demostrado insuficiente. Los hospitales comarcales, como los de Tomelloso, Manzanares o Valdepeñas, funcionan muchas veces al límite de sus capacidades.
Faltan especialistas, los servicios de urgencias se saturan y las derivaciones a Ciudad Real capital se multiplican. Mientras tanto, los consultorios rurales sobreviven gracias al compromiso personal de unos pocos profesionales que hacen malabares para cubrir turnos imposibles.
El resultado es un sistema desigual. Quien vive en la capital o en grandes municipios dispone de centros de salud bien dotados, servicios de urgencias las 24 horas y acceso más rápido a pruebas diagnósticas.
Quien vive en un pueblo pequeño, en cambio, depende de un calendario cambiante y de la disponibilidad de transporte. En pleno siglo XXI, la distancia entre dos códigos postales puede marcar la diferencia entre ser atendido a tiempo o no.
Pero la sanidad rural no solo es una cuestión de servicios, sino también de dignidad y de justicia territorial. Mantener abiertos los consultorios locales, dotar de recursos a los hospitales comarcales y ofrecer incentivos reales para atraer médicos al entorno rural no es un gasto, es una inversión en cohesión social. Porque cada pueblo que pierde su médico pierde también una parte de su autoestima y de su capacidad para retener población.
Es cierto que se están dando pasos. Castilla-La Mancha ha anunciado programas de incentivos para sanitarios rurales, becas de fidelización y mejoras en infraestructuras. Pero las medidas llegan tarde y con frecuencia se quedan cortas.
La solución no puede ser improvisada ni coyuntural. Hace falta un plan a largo plazo que garantice una atención primaria sólida, descentralizada y adaptada a las particularidades del medio rural.
Quizá haya que repensar el modelo, crear unidades móviles permanentes de atención médica, ampliar la telemedicina en condiciones reales con conexión y medios adecuados, o establecer rotaciones obligatorias de profesionales jóvenes por zonas rurales. No se trata de obligar, sino de equilibrar. La salud pública no puede depender de la densidad de población ni de la rentabilidad de los servicios.
Ciudad Real, como muchas provincias interiores, está atrapada en un círculo vicioso. Sin médicos, los pueblos pierden atractivo; sin población, la administración recorta servicios; y sin servicios, los pueblos se vacían. Romper ese ciclo exige valentía política y visión de futuro. No basta con gestionar la escasez, hay que invertir en esperanza.
La pandemia de COVID-19 dejó una lección clara: La atención primaria es el pilar del sistema. Si esa base se debilita, todo se tambalea.
En el medio rural, esa fragilidad es ya una realidad cotidiana. Por eso, defender la sanidad rural es mucho más que reclamar un médico más o menos. Es defender el derecho de todos a ser atendidos con la misma dignidad, vivan donde vivan.
La salud no puede depender del código postal. Y mientras siga ocurriendo, la España interior, esa que muchos solo recuerdan en campaña electoral, seguirá sintiéndose enferma de abandono.
