Nota del Día: ¿Y tú, de quién eres?
La memoria de los pueblos que nunca se archiva

Conversaciones de plaza, donde la memoria aún tiene nombre y apellido / #Tintamanchega

by | Nov 13, 2025 | #ATinta

En los pueblos de La Mancha hay una pregunta que pesa más que un padrón municipal: “¿Y tú, de quién eres?” No se formula con curiosidad, sino con brújula. Es nuestra manera de situar al forastero, o al nieto que vuelve en verano, en el mapa de los afectos y de la memoria. Porque aquí la identidad no se mide en calles sino en genealogías. No se pertenece a un sitio, se pertenece a una familia.

En otros lugares del mundo preguntan a qué te dedicas, qué estudias o dónde vives. En la Mancha, y en muchos rincones de España, esa pregunta llega después, si acaso. Lo primero es saber de qué tronco vienes y qué ramas te cobijan.

Decir el nombre no basta; hay que añadir el mote familiar, esa especie de ADN oral que sustituye a los apellidos. “Soy de la andaluza”, “de los Tiznaos”, “de los del Boticario”. Solo entonces ya todo encaja. Tu historia se coloca sola en el árbol invisible del pueblo. Y así, bajo el sol y el polvo, el linaje vale más que el currículum.

Las familias tienen más memoria que los ayuntamientos

Esa memoria es el archivo más fiel, y también el más indiscreto, de nuestra tierra. En los pueblos, las familias recuerdan más que las actas municipales. Saben quién se casó con quién, quién vendió aquella era y quién no devolvió nunca una azada. Los ayuntamientos cambian de color político; las casas cambian de dueño; pero los motes y los recuerdos permanecen. Es una forma de historia oral que ningún archivo puede digitalizar.

La pregunta “¿Y tú, de quién eres?” tiene, además, un trasfondo cultural que la eleva a patrimonio común. Filólogos y antropólogos han señalado su presencia en numerosos pueblos de España como una fórmula de pertenencia, una manera de situar socialmente al interlocutor más allá del nombre o del oficio.

En foros del Instituto Cervantes se ha descrito como un vestigio de la gramática de la identidad rural, una herencia de los tiempos en que el linaje explicaba más que el DNI. Su tono puede ser curioso, amistoso o inquisitivo; siempre parte del mismo impulso. El de reconocer al otro como parte de una red humana.

Por eso, cuando alguien dice “aquí nos conocemos todos”, no está exagerando. Se conocen las historias, las alegrías y las vergüenzas. Lo que se hereda no son solo las tierras o las casas viejas, sino los relatos. En cada conversación de bar o de mercado se renueva una tradición: la de poner nombre y rostro a la comunidad. Una tradición que a veces pesa, porque el pueblo nunca olvida, pero que también protege, porque nadie es del todo anónimo.

Quizá por eso la Mancha es tan suya, tan recelosa de perder sus recuerdos. La pregunta “¿Y tú, de quién eres?” funciona como contraseña que abre la puerta del reconocimiento. En un mundo de prisas y redes sociales, donde todos parecemos perfiles sin historia, esa pregunta nos ancla. Nos recuerda de dónde venimos, nos recuerda que existimos porque hubo quienes pronunciaron nuestro nombre mucho antes de que llegaran los user o los hashtags.

Y aunque los tiempos cambien, los motes se pierdan, las familias se dispersen y las calles se llenen de pisos nuevos, todavía hay quien la formula con la misma entonación de siempre: La abuela en la plaza, el panadero, el taxista. Todos quieren saber de quién eres antes de saber quién eres.

Quizá sea hora de reconciliarnos con esa costumbre, de entender que no es una invasión de la intimidad, sino un gesto de pertenencia. Porque en Castilla-La Mancha no se trata solo de saber a qué familia perteneces, se trata de reconocerte en un nosotros, un “de aquí” que no excluye, cobija.

Mientras el mundo pregunta “¿a qué te dedicas?”, nosotros seguimos preguntando “¿y tú, de quién eres?” Y tal vez por eso, aunque el tiempo cambie los nombres y los oficios, la Mancha aún conserva su identidad.

NOTICIAS DESTACADAS

Social Media Auto Publish Powered By : XYZScripts.com