La meritocracia como mito en España: Cuando el origen pesa más que el esfuerzo
La meritocracia se desmorona cuando el origen marca el destino. El esfuerzo importa, pero las oportunidades no empiezan igual para todos

La pesadilla de la "Meritocracia" / #Tintamanchega

by | Nov 17, 2025 | #ATinta

El mito meritocrático se mantiene porque oculta desigualdades de origen: familia, territorio y recursos pesan más que el esfuerzo, pero el relato convierte límites estructurales en responsabilidad individual.

Durante décadas, España ha repetido un credo casi religioso: Quien se esfuerza, llega, quien trabaja duro, progresa, quien destaca, asciende.

La meritocracia ha sido asumida como un principio incuestionable, una especie de contrato social no escrito que promete recompensas proporcionales al sacrificio.

Sin embargo, a medida que se acumulan estudios sobre desigualdad, movilidad intergeneracional y estructura económica, la narrativa del esfuerzo como motor suficiente del ascenso social empieza a tambalearse. La gran pregunta es inevitable: ¿Funciona realmente la meritocracia en España o encubre desigualdades de origen?

En teoría, una sociedad meritocrática es aquella donde la trayectoria de cada persona depende más de sus capacidades y de su dedicación que del entorno familiar en el que nace.

En la práctica, los datos dibujan un panorama mucho menos optimista. Según análisis recientes, solo un 12 % de los hijos de hogares con bajos ingresos logra llegar al quintil más alto de renta, mientras que cerca del 33 % de quienes nacen en familias acomodadas consigue esa misma posición.

Del mismo modo, el 80 % de los hijos de padres universitarios alcanza estudios superiores, frente a menos del 35 % entre hijos de padres con educación primaria. En estas condiciones, el ascensor social funciona, sí, pero no para todos ni a la misma velocidad.

El peso invisible del entorno familiar

Detrás de estas dinámicas está el enorme peso del entorno familiar. La herencia no es solo un asunto patrimonial que se recibe en la edad adulta, sino un cúmulo de ventajas o desventajas acumuladas desde la infancia.

Antes siquiera de que un joven acceda al mercado laboral, ya han cristalizado desigualdades silenciosas: Acceso a refuerzos académicos, participación en actividades culturales, aprendizaje de idiomas, un entorno familiar estable o algo tan básico como un espacio adecuado para estudiar. Estos recursos no se distribuyen de forma homogénea y condicionan el rendimiento escolar y las expectativas vitales.

Aunque sean los mismo escalones, los contextos importan / #Tintamanchega
Aunque sean los mismo escalones, los contextos importan / #Tintamanchega

Para muchas familias con escasos recursos, el mérito no se despliega en igualdad de condiciones. Incluso con un esfuerzo extraordinario, la carrera empieza en desventaja. Los datos lo confirman: El origen familiar sigue siendo uno de los mejores predictores del nivel educativo que alcanzará un joven. La meritocracia presupone que todos partimos del mismo punto de salida, pero la realidad apunta en dirección contraria: La familia de origen moldea oportunidades y horizontes.

A esta desigualdad se suma un factor menos visible pero igualmente determinante: el territorio. La movilidad social varía según la provincia de nacimiento. No es lo mismo crecer en un área con abundante oferta educativa y laboral que hacerlo en zonas rurales o ciudades medianas con menor tejido económico.

Quienes pueden permitirse emigrar, por medios propios o ayuda familiar, tienen más posibilidades de ascender. El resto queda condicionado por su entorno. El lugar de nacimiento se convierte así en un factor decisivo completamente ajeno al mérito personal.

El espejismo de la igualdad de oportunidades

La educación se presenta a menudo como el gran motor igualador, capaz de romper el peso del origen. Pero tampoco logra revertir totalmente estas diferencias. Obtener un título universitario abre puertas, sí, aunque no siempre compensa las desigualdades acumuladas desde la infancia.

Los estudiantes de entornos acomodados suelen moverse con mayor soltura por el sistema educativo: conocen mejor las oportunidades, acceden a becas y pueden costear estancias en el extranjero que impulsan su empleabilidad.

«Igualdad de oportunidades» / #Tintamanchega

Mientras tanto, muchos jóvenes de origen humilde deben compaginar estudios y trabajo, renunciar a oportunidades o incluso abandonar por presión económica. Un informe reciente indica que solo un 22,5 % de quienes crecieron en entornos de pobreza logra ascender al tercer quintil de renta en la edad adulta. La educación mejora las posibilidades, sí, pero no borra la huella del origen.

El mercado laboral tampoco funciona como un terreno meritocrático puro. Precariedad, contratos temporales y salarios bajos frenan el ascenso social de amplias capas de población joven. Aunque el esfuerzo es mayor que nunca, la recompensa no siempre llega.

Del mito a la frustración colectiva

La narrativa meritocrática, lejos de ser inocua, modifica la percepción social del éxito y del fracaso. Presenta el logro como fruto exclusivo del talento y del esfuerzo, y transforma dificultades estructurales, vivienda inaccesible, brecha territorial, precariedad laboral, en fallos individuales.

De este modo, culpabiliza al individuo y diluye responsabilidades colectivas. Si “el que quiere, puede”, quienes no ascienden parecen no haber querido lo suficiente.

Esta disonancia entre el ideal y la realidad genera frustración. Las generaciones jóvenes estudian más que nunca, pero se emancipan más tarde, ganan menos en términos reales y trabajan en empleos más inestables que los de sus padres.

La sensación de que el esfuerzo no garantiza un futuro mejor alimenta la desafección y erosiona la confianza en las instituciones. Cuando el origen pesa más que el mérito, la sociedad desperdicia talento y se resiente la cohesión social.

Solo quien no tiene que preocuparse por el cómo, puede liberar su mente y dedicarse plenamente al qué / #Tintamanchega

España mantiene la meritocracia como aspiración moral, y quizá como horizonte tenga valor: premiar el esfuerzo, incentivar el talento, reconocer la dedicación.

Pero para que deje de ser un mito, es imprescindible igualar los puntos de partida. Esto exige reforzar la educación temprana, corregir brechas territoriales, mejorar la calidad del empleo y garantizar vivienda asequible.

Solo entonces podremos decir que el ascensor social funciona para todos y no solo para quienes ya comenzaban el viaje desde el piso más alto.

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