Nota del Día: La animación, el arte que da vida al movimiento
Celebrar la animación es celebrar la imaginación, la emoción y el poder de dar vida a lo imposible

En el brillo de cada trazo, un creador convierte la quietud en vida / #Tintamanchega

by | Oct 28, 2025 | #ATinta

Cada 28 de octubre se celebra el Día Internacional de la Animación, un homenaje al arte que transforma la imaginación en movimiento. Más que técnica, es emoción y cultura en constante evolución.

Cada 28 de octubre se celebra el Día Internacional de la Animación, una fecha que rinde homenaje a una de las formas artísticas más fascinantes y versátiles de nuestra era: la animación. Más que un género o una técnica, la animación es una manera de contar historias, de traducir lo invisible en visible, de capturar la imaginación humana y dotarla de movimiento.

En un mundo saturado de imágenes y pantallas, la animación sigue siendo un puente entre la creatividad artesanal y la innovación tecnológica, entre la fantasía y la emoción más humana.

El origen de esta celebración se remonta a 1892, cuando el francés Émile Reynaud presentó por primera vez su “Teatro Óptico” en el Museo Grévin de París. A través de una serie de imágenes pintadas a mano y proyectadas en movimiento, Reynaud dio vida a las primeras animaciones de la historia mucho antes de que existieran los dibujos animados o el cine de animación moderno.

Su invento fue una semilla que germinaría décadas más tarde en los grandes estudios del siglo XX y en las múltiples formas que hoy adopta la animación.

Celebrar este día no es solo recordar la historia técnica del medio, sino también reconocer su profunda influencia cultural, educativa y emocional. Desde los cortos experimentales hasta las megaproducciones de Pixar o Studio Ghibli, la animación ha acompañado a generaciones enteras, moldeando nuestra manera de soñar y comprender el mundo.

Lo que antes se consideraba “entretenimiento para niños” hoy se entiende como una expresión artística capaz de abordar temas universales: la soledad, la esperanza, la muerte, la identidad o la naturaleza.

En los últimos años, la animación ha demostrado ser un lenguaje sin fronteras. Gracias al auge del streaming y la globalización de contenidos, producciones de países tan diversos como Japón, Francia, México o Corea del Sur han alcanzado audiencias internacionales.

Películas como Coco (2017) de Pixar, Your Name (2016) de Makoto Shinkai o Klaus (2019) del español Sergio Pablos, no solo han conquistado corazones, sino que han reivindicado la riqueza cultural de sus raíces. En cada trazo y en cada movimiento se esconde una identidad colectiva, una forma de mirar el mundo que se vuelve universal a través de la emoción.

Pero más allá del entretenimiento, la animación tiene un valor educativo y social inmenso. En las aulas, permite explicar conceptos complejos con claridad y creatividad; en los espacios públicos, puede ser una herramienta para sensibilizar sobre temas sociales y medioambientales.

Cortos animados realizados por organizaciones y artistas independientes han servido para denunciar injusticias, visibilizar minorías o promover la empatía. La animación no solo entretiene: también enseña, transforma y despierta conciencia.

Sin embargo, este arte enfrenta desafíos. A pesar del crecimiento de la industria, muchos animadores trabajan en condiciones precarias, enfrentando largas jornadas y poca estabilidad laboral. La magia que vemos en pantalla suele ocultar un enorme esfuerzo humano detrás de cada fotograma.

Por eso, el Día Internacional de la Animación también debería ser una oportunidad para reconocer y valorar a los artistas, técnicos y creativos que dedican su talento a este oficio. Su trabajo combina la paciencia del artesano con la visión del cineasta y la sensibilidad del poeta.

Hoy la animación vive una era de revolución tecnológica. La inteligencia artificial, la realidad aumentada y la animación 3D están transformando los procesos creativos. Ya no se trata solo de dibujar a mano o modelar en computadora: se trata de explorar nuevas formas de movimiento, de crear mundos inmersivos y de borrar los límites entre lo real y lo imaginado.

Sin embargo, esta modernidad no debe hacernos olvidar los orígenes del arte animado: la esencia sigue siendo la misma, dar vida a lo inanimado, emocionar a través del movimiento.

En América Latina, la animación ha ganado fuerza como una herramienta de expresión cultural. Países como México, Argentina, Chile y Colombia han desarrollado estudios, festivales y escuelas especializadas que impulsan nuevas generaciones de artistas.

Proyectos como Anina (Uruguay), Metegol (Argentina) o La Casa Lobo (Chile) demuestran que la animación latinoamericana tiene una voz propia, atrevida y profundamente artística. Esta efervescencia creativa es una prueba de que la animación no necesita presupuestos millonarios para brillar, sino historias sinceras y una mirada auténtica.

El Día Internacional de la Animación, entonces, no es solo una efeméride técnica o un homenaje histórico. Es un recordatorio de que la imaginación sigue siendo una de las fuerzas más poderosas del ser humano. En tiempos donde las imágenes nos saturan, la animación nos invita a detenernos, a mirar con asombro, a reconectar con esa parte de nosotros que cree en lo imposible.

Detrás de cada movimiento hay una chispa de humanidad: la misma que hizo que Reynaud girara su teatro óptico, que Walt Disney soñara con un ratón que hablaba o que Hayao Miyazaki dibujara un bosque habitado por espíritus.

Celebrar la animación es celebrar la capacidad de soñar, de inventar, de transformar lo cotidiano en arte. Es reconocer que en cada personaje, en cada movimiento, en cada historia dibujada hay una parte de nuestra propia vida. Porque la animación no solo mueve imágenes: mueve emociones, mueve ideas y, sobre todo, mueve al mundo.

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