Nota del Día: “No queremos caridad: queremos justicia”
El Día Internacional para la Erradicación de la Pobreza recuerda que la pobreza no se combate con caridad, sino con justicia

La justicia social, siempre al otro lado del horizonte / #Tintamanchega

by | Oct 17, 2025 | #ATinta

La pobreza no es una estadística, es una injusticia que persiste en Castilla-La Mancha. Erradicarla exige justicia, no caridad, y un compromiso real con la dignidad y la igualdad de oportunidades.

Este 17 de octubre volverán a reunirse vecinos, colectivos y asociaciones en muchas ciudades de la provincia para leer un manifiesto contra la pobreza. Serán actos sencillos, como tantos otros que hoy se celebran en todo el mundo. Pero su mensaje trasciende cualquier frontera local: “No queremos caridad, queremos justicia”.

El Día Internacional para la Erradicación de la Pobreza nació del coraje de miles de personas que, un día como hoy en 1987, se reunieron en la Plaza del Trocadero de París, el mismo lugar donde se firmó la Declaración Universal de los Derechos Humanos, para rendir homenaje a quienes viven condenados a la miseria. En ese emblemático lugar dejaron grabado un mensaje que todavía interpela al mundo: “Allí donde los hombres son condenados a vivir en la miseria, los derechos humanos son violados”.

Plaza en la Plaza del Trocadero de Paris / https://refuserlamisere.org/
Plaza en la Plaza del Trocadero de Paris / Refuser la misère

Cinco años después, la ONU convirtió aquel gesto en una jornada mundial. Desde entonces, cada 17 de octubre nos recuerda que la pobreza no es inevitable, ni una fatalidad, ni una estadística. Es una injusticia que tiene causas, nombres y soluciones.

En Castilla-La Mancha, en 2024, una de cada tres personas estaba en riesgo de pobreza o exclusión social, según los informes de EAPN / INE. Detrás de esa cifra hay más de setecientas mil vidas que afrontan cada día la inestabilidad, la precariedad o la falta de recursos esenciales. Hogares que se apagan al caer la tarde porque no pueden encender la calefacción, jóvenes que no consiguen un empleo estable o familias que estiran cada euro ante un silencio atronador.

La pobreza no es solo falta de dinero: es no poder elegir, es perder oportunidades, es el cansancio de sobrevivir cuando todo el sistema parece pensado para otros. Y aunque la pandemia y la crisis de precios han agrandado la brecha, la desigualdad no es nueva. Lleva décadas incrustada en el corazón de nuestro modelo económico.

Ante esta realidad, durante años se ha confundido la ayuda con la solución. La caridad, por sí sola, alivia, pero no transforma. Solo la justicia cambia las estructuras que perpetúan la pobreza: un empleo digno, una vivienda asequible, energía y alimentación garantizadas, servicios públicos fuertes y una redistribución real de la riqueza.

La pobreza en España encierra una paradoja dolorosa. Vivimos en un país donde se reclama aliviar la carga fiscal, pero al mismo tiempo se exigen mejores servicios públicos, más ayudas y más oportunidades. Sin embargo, la realidad muestra que el sistema fiscal no logra ser verdaderamente progresivo, el acceso a la vivienda se ha convertido en un problema estructural severo, y los servicios esenciales, sanidad, educación, vivienda y dependencia, se resienten por falta de inversión.

Mientras tanto, la inflación erosiona los salarios, el coste de la vida sube más rápido que el IPC oficial, la sensación general es la de no llegar, y los bulos distorsionan la realidad creando un ecosistema que no favorece a la situación. Crece así una frustración colectiva: la de una sociedad que trabaja más, paga más y, aun así, vive con la angustia de estar siempre al borde.

La lucha contra la pobreza no puede reducirse a la beneficencia ni a la compasión ocasional. Debe ser una política de Estado, una exigencia moral y una prioridad ciudadana. El lema de Naciones Unidas para este año lo resume: “Poner fin a la pobreza: construir un futuro de justicia social y climática”.

Hace falta una reforma fiscal más justa y ambiciosa, una mejor (y real) inversión en servicios públicos por parte del Estado y CCAA, y verdaderas políticas sociales que permitan a los ciudadanos ver color ante un mundo que no parece ir a mejor, sobre todo para la gente joven. Y esto no va de unos u otros, porque el problema, y la responsabilidad, es de todos.

Porque no habrá justicia social mientras millones de personas vivan sin lo básico, ni justicia climática mientras los más pobres paguen el precio de los desastres ambientales que no provocaron. Y tampoco habrá verdadera democracia mientras la pobreza silencie la voz de tantos.

Cada 17 de octubre nos recuerda que la pobreza no está lejos. Está en nuestro barrio, en nuestra provincia, en los márgenes que preferimos no ver. Pero también nos obliga a mirar hacia quienes luchan cada día por salir adelante y a reconocer que cada gesto importa: apoyar una red solidaria, exigir políticas valientes, educar en empatía y participación.

La erradicación de la pobreza no es una utopía. Es una tarea colectiva que empieza con algo tan simple y tan difícil como mirar de frente la desigualdad. Porque mientras haya una sola persona condenada a la pobreza, nuestro deber no habrá terminado.

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