La diabetes avanza en Castilla-La Mancha como una corriente subterránea: No siempre visible, pero cada vez más presente. La enfermedad, que en sus primeras etapas puede no dar señales claras, se ha convertido en una de las amenazas de salud pública más estables y costosas para la región.
Hoy afecta a decenas de miles de personas, altera su calidad de vida y exige al sistema sanitario una capacidad de respuesta permanente. El reto es enorme y, aunque las cifras ayudan a comprenderlo, la dimensión del problema se siente sobre todo en los hogares, en los centros de salud y en las consultas donde los profesionales observan una tendencia que no remite.
Prevalencia y situación actual: una enfermedad ya instalada en la vida cotidiana
Los datos más recientes disponibles permiten trazar un mapa claro de la situación. Según registros oficiales del Sistema Nacional de Salud, analizados en 2024 en un informe de la Fundación DiabetesCERO, 134.571 personas viven con diabetes en Castilla-La Mancha, el equivalente al 6,9 % de la población. La prevalencia es algo mayor en hombres, 7,5 %, que en mujeres, 6,2 %, una diferencia que coincide con la tendencia observada en el conjunto del país.
Dentro del total, la diabetes tipo 1, la forma autoinmune que requiere insulinoterapia desde el inicio, representa una proporción pequeña pero relevante: 3.416 personas, el 0,17 % de la población regional, muy por debajo de la media nacional. Son cifras que, más allá de su distribución, confirman una realidad incuestionable: la diabetes está presente en la vida de miles de familias de la región y forma parte ya de su paisaje sanitario.
En paralelo a estas cifras oficiales, los profesionales de la salud advierten de otra cara del problema: La diabetes que aún no se ha detectado. En noviembre de 2024, un endocrinólogo del Hospital de Talavera alertó públicamente de que “un número importante de personas podría estar conviviendo con la enfermedad sin saberlo”.
No se trata de una cifra oficial, pero sí de un mensaje ampliamente compartido en el ámbito clínico: El infradiagnóstico sigue siendo uno de los puntos débiles en la lucha contra la enfermedad, especialmente en el caso de la diabetes tipo 2.
Impacto sanitario y económico: una presión que crece a medida que lo hace la enfermedad
La diabetes no solo es una cuestión de prevalencia, es una enfermedad que genera una carga continua para las personas afectadas y para los profesionales que las atienden. Según un reportaje publicado en febrero de 2024 por Diario Sanitario, en Castilla-La Mancha hay más de 130.000 personas diagnosticadas, una cifra coherente con los datos oficiales.
Atenderlas tiene un coste elevado: la Federación Española de Diabetes estima que la atención sanitaria directa, medicación, revisiones, pruebas y tratamiento de complicaciones, ronda los 3.600 euros al año por paciente.
Estas cifras ayudan a entender por qué la diabetes ocupa un espacio tan relevante en la planificación sanitaria. Las complicaciones asociadas, desde problemas cardiovasculares hasta daño renal o pérdida de visión, no solo comprometen la salud de quienes las padecen: implican más hospitalizaciones, más intervenciones y más recursos. Además, afectan a la vida laboral, la capacidad funcional y, en muchos casos, a la autonomía de las personas. La enfermedad, en sus formas más avanzadas, condiciona rutinas, hábitos y posibilidades.
Castilla-La Mancha comparte con el resto del país factores que favorecen la expansión de la diabetes tipo 2: una población envejecida, estilos de vida cada vez más sedentarios, cambios en la alimentación y un aumento sostenido del sobrepeso.
No todos estos elementos pesan igual en todas las provincias, pero su combinación explica por qué la enfermedad ha crecido de manera tan constante durante la última década. La epidemiología es clara: Cuando varios factores de riesgo coinciden en la misma población, la incidencia se mantiene alta, incluso cuando el sistema sanitario introduce mejoras en el control y el seguimiento.
Claves para contener el avance: prevención realista, detección temprana y seguimiento de calidad
En este escenario, la hoja de ruta para frenar la expansión de la diabetes pasa por tres ejes conocidos pero todavía irregulares en su aplicación. El primero es la detección precoz, que permite intervenir antes de que aparezcan complicaciones. La atención primaria juega aquí un papel decisivo: Identificar a las personas con factores de riesgo y realizar controles periódicos es una de las formas más eficaces de evitar años de evolución silenciosa de la enfermedad.
El segundo eje es la prevención basada en hábitos realistas. Las recomendaciones son conocidas, más actividad física, alimentación equilibrada, menos sedentarismo, pero su puesta en práctica depende de condiciones sociales, económicas y culturales que no siempre facilitan el cambio. La experiencia demuestra que las intervenciones que funcionan son las que se adaptan al entorno y a las posibilidades reales de la población.
El tercer elemento es el seguimiento continuo de quienes ya conviven con la enfermedad. La educación terapéutica, el acceso regular a profesionales de referencia y el uso adecuado de las tecnologías de monitorización ayudan a mantener un control glucémico estable y reducen el riesgo de complicaciones.
La región ha dado algunos pasos en esta dirección, pero el desafío sigue siendo garantizar una atención equitativa, especialmente en zonas rurales o dispersas donde el acceso a servicios especializados puede ser más difícil.
Un reto de salud pública que exige continuidad
Con una prevalencia cercana al 7 %, más de 130.000 personas diagnosticadas y un coste sanitario directo de miles de euros por paciente al año, la diabetes se ha convertido en un desafío estructural para Castilla-La Mancha.
No es una emergencia repentina, sino una realidad sostenida que requiere planificación, políticas estables y una apuesta clara por la prevención. Contar con datos fiables es un primer paso; convertirlos en acciones que mejoren la salud de la población, el desafío de los próximos años.
