Nota del Día: El silencio que mata
La impunidad que calla a los periodistas sigue creciendo mientras el mundo mira hacia otro lado

Velas encendidas en memoria de los periodistas asesinados por contar la verdad / #Tintamanchega

by | Nov 2, 2025 | #Manchactual

Cada 2 de noviembre recordamos a quienes fueron asesinados por contar la verdad. No es una fecha simbólica, sino un recordatorio de todo lo que aún callamos.

El 2 de noviembre el calendario recuerda algo que no debería necesitar efeméride: Que informar no debería ser una condena.

Ese día el mundo conmemora el Día Internacional para Poner Fin a la Impunidad de los Crímenes contra Periodistas, una fecha proclamada por la ONU para honrar a quienes fueron asesinados por contar lo que otros querían ocultar. Una jornada que duele porque, cada año, la lista de nombres crece, mientras la justicia sigue sin llegar.

Según la UNESCO, el 85 % de los asesinatos de periodistas en el mundo permanece impune. Ocho de cada diez. Ocho familias sin respuesta. Ocho silencios más en un planeta que debería estar gritando.

Solo en 2024 fueron asesinados 68 periodistas y trabajadores de medios, que se sepa, la mayoría en zonas de conflicto. Pero también en lugares donde, en teoría, reina la paz. Porque la violencia contra la prensa no siempre lleva uniforme ni dispara balas; a veces viste traje, tuitea odio o firma querellas.

Informar se ha convertido en un acto peligroso. Cada reportero que sale a la calle con una libreta o un micrófono desafía no solo al poder, sino al miedo. Miedo a las amenazas, a los insultos, a perder el trabajo, a ser señalado. Y sin embargo, siguen. Porque alguien tiene que contar lo que pasa cuando todos miran hacia otro lado.

En España no matan periodistas, y eso ya parece un consuelo. Pero el periodismo también sangra de otras maneras. Sangra con cada despido encubierto tras una portada incómoda. Sangra con cada redacción vaciada, con cada becario haciendo el trabajo de tres, con cada llamada de un despacho que “aconseja” suavizar un titular. Sangra cuando el miedo a perder el trabajo pesa más que el deber de informar.

La impunidad no siempre se mide en cadáveres; también en silencios. En las historias que no se publican, en las preguntas que no se hacen y en los nombres que se borran para no molestar.

Esa es otra forma de matar el periodismo, más lenta y más limpia, pero igual de eficaz. Y cuando el periodismo muere, lo que muere es el derecho de todos a saber. Porque cada periodista silenciado es una verdad que no llega a la gente.

La violencia contra la prensa adopta muchas formas. En América Latina, los periodistas mueren por denunciar al narcotráfico o la corrupción. En Gaza, por intentar contar una guerra entre bombas.

En Europa, por investigar los hilos sucios del poder, como ocurrió con Daphne Caruana Galizia en Malta o con Ján Kuciak en Eslovaquia.

En España, los periodistas sufren campañas de descrédito, acoso digital y demandas abusivas que buscan agotarles. No hay balas, pero hay miedo. Y el miedo también mata.

Los datos son fríos, pero detrás de cada número hay una voz que se apagó por decir la verdad. Más de 1.800 periodistas han sido asesinados desde 1993, según la UNESCO. Cada uno de ellos llevaba una historia en el bolsillo, una pregunta en el aire y un compromiso con su gente. Cada uno de ellos creía, ingenuamente o con coraje, que la verdad podía cambiar las cosas.

La impunidad es el peor de los mensajes: Se puede matar y no pasa nada. Se puede silenciar y no pasa nada. Se puede mentir y todo sigue igual.

Por eso, recordar este día no es un gesto simbólico. Es una forma de rebeldía. Es mirar de frente a esa injusticia global y decir que no aceptamos que el periodismo se convierta en una profesión en extinción.

En España, donde la democracia se da por sentada, también deberíamos preguntarnos qué libertad de prensa tenemos realmente. Qué queda de la independencia cuando los medios se arrodillan ante la publicidad institucional o los intereses de las grandes empresas. Qué queda del oficio cuando la precariedad impide investigar a fondo o cuando el periodismo se reduce a gritar más alto que el contrario.

Mientras haya un periodista que se atreva a escribir, a preguntar o a contar, habrá esperanza. Pero si el miedo gana, si la impunidad se normaliza, entonces no solo habremos perdido el periodismo, sino que habremos perdido nuestra voz.

Los crímenes contra periodistas son una herida abierta en la conciencia colectiva. La única forma de cerrarla es con justicia. Justicia que investigue, que castigue, que repare. Y también justicia informativa, la que permite a la ciudadanía acceder a datos veraces, sin miedo ni manipulación.

Porque proteger a un periodista no es proteger a una persona, sino proteger el derecho de todos a conocer la verdad. Y sin verdad, no hay futuro.

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