Nota del Día: El Acoso Escolar. El fracaso de una sociedad que calla
Cuando la infancia se convierte en un campo de batalla, la educación pierde su sentido.

El bullying siempre será una deuda con la infancia / #Tintamanchega

by | Oct 20, 2025 | #Manchactual

Las últimas noticias nos han recordado que el acoso escolar no es una estadística, sino un dolor que se cobra vidas. Cuando una infancia se rompe por bullying, de la manera que sea, fallamos todos.

Cada mañana, miles de niños y niñas cruzan las puertas de sus colegios en Ciudad Real. Llevan mochilas repletas de cuadernos, sueños y almuerzos, pero algunos también cargan con algo más pesado: el miedo.

El acoso escolar no siempre se ve, pero se siente muy dentro. Se arrastra en el pasillo, se esconde entre los pupitres, se disfraza de broma, de silencio o de indiferencia, y se queda toda la vida. Y cuando se instala, convierte lo que debería ser un espacio de aprendizaje, seguridad y amistad en una trinchera.

El más reciente Informe de Prevención del Acoso Escolar en Centros Educativos 2024-2025, elaborado por la Fundación Mutua Madrileña y la Fundación ANAR y presentado en septiembre de 2025, vuelve a poner sobre la mesa una realidad que duele: el acoso escolar sigue vivo en las aulas españolas.

Según el estudio, uno de cada ocho estudiantes (12,3 %) afirma sufrir o conocer casos de acoso o ciberacoso. Son cifras que crecen respecto al curso anterior y que describen un fenómeno que no desaparece, sino que cambia de forma.

La violencia más frecuente sigue siendo la palabra: insultos, motes, burlas que hieren en silencio. Pero también aumentan los golpes, los empujones, las miradas que aíslan. Más de una cuarta parte de las víctimas, el 28 %, lleva más de un año soportando el acoso.

Y ahora, la crueldad se amplifica en las pantallas: en el 14 % de los casos de ciberacoso ya se usa inteligencia artificial para crear vídeos falsos o suplantar identidades, sobre todo en WhatsApp, Instagram y TikTok.

Lo más inquietante es que uno de cada tres alumnos percibe que el profesorado no actúa, y casi la mitad de los compañeros (47,9 %) admite no intervenir cuando presencia una agresión. Un silencio colectivo que pesa más que cualquier insulto.

El informe incluye datos de Castilla-La Mancha como una de las comunidades participantes, junto con Madrid, Castilla y León, la Comunidad Valenciana e Islas Baleares, sin ofrecer cifras autonómicas específicas, pero reflejando una tendencia que también se percibe en nuestros centros: el acoso afecta especialmente a los menores de entre 12 y 14 años, y crecen los casos donde se mezclan las agresiones presenciales con las digitales.

Los docentes castellanomanchegos, en línea con el conjunto nacional, señalan la presión del grupo, el mal uso de las redes sociales y la normalización de la violencia como las raíces más profundas del problema, y advierten que la falta de recursos y la burocracia dificultan su intervención.

Según publicaba CMM Noticias de 2024, nueve de cada diez casos no llegan a la inspección educativa. El acoso, en la mayoría de las ocasiones, sigue oculto bajo la costra del silencio.

Más preocupante aún: una encuesta difundida también por la cadena en septiembre de 2024 reveló que casi la mitad del alumnado castellanomanchego (47 %) admitía no hacer nada cuando presencia una situación de acoso, y que un 9,4 % reconocía que él o alguno de sus compañeros lo sufre, tanto en el aula como en el entorno digital.

Ese silencio colectivo, esa mirada hacia otro lado, es una herida moral que agrava el daño y perpetúa la impunidad. Detrás de cada porcentaje hay miles de miradas agachadas y noches sin sueño.

Las consecuencias de ese clima no son estadísticas; son vidas. En los últimos años, España ha llorado nombres que no deberían haberse convertido en titulares: adolescentes que decidieron marcharse porque no podían más.

Historias que podrían haber sido evitadas con una escucha, con una intervención, o con una palabra a tiempo. Y aunque cada caso sacude el país entero, hay que mirar también hacia lo cercano, hacia lo nuestro. En Ciudad Real, al menos 36 menores fueron atendidos en 2023 y representan la parte visible de un iceberg que sigue hundido en silencio.

El Gobierno regional ha tratado de responder con programas como #TúCuentas, que en 2024 alcanzó ya a más de 27.700 menores en toda Castilla-La Mancha, según informó la Junta el 15 de noviembre de 2024. Talleres de convivencia, formación para profesores, y sesiones con familias intentan construir una red de prevención. Pero la realidad, tozuda, demuestra que no basta con protocolos.

Porque el acoso no solo deja moretones. Deja miedo, vergüenza, ansiedad, aislamiento. Y, sobre todo, deja una sensación de desamparo que puede durar años. Una de las características más dolorosas del acoso es que, a menudo, las víctimas sienten que nadie las cree, que exageran, que “son cosas de críos”. Pero no lo son. No lo han sido nunca. Lo sabe cualquier padre o madre que ha visto a su hijo resistirse a ir al colegio. Lo sabe cualquier docente que ha sentido en el aula una tensión que no sabe de dónde viene.

Una deuda con la infancia

Ciudad Real, como tantas otras provincias, no es ajena a esta lacra. Las cifras no deberían hacernos sentir tranquilidad por su tamaño, sino alarma por su existencia. Porque detrás de cada número hay una historia que podría acabar en tragedia si no se escucha a tiempo. El silencio es, muchas veces, el cómplice más eficaz del acoso. Y ese silencio puede estar justo ahí, en la clase de al lado, en la mesa del comedor escolar, en el grupo de WhatsApp donde alguien se ríe de otro que no responde.

Necesitamos un compromiso más profundo. Padres que escuchen, profesores que observen, compañeras y compañeros que hablen, e instituciones que actúen. No basta con reaccionar: hay que prevenir, acompañar, educar en la empatía y la diferencia. No hay herramienta más poderosa que una comunidad educativa que sepa mirar con compasión y firmeza, y, en esa comunidad, todos y todas tenemos nuestro papel.

Recordemos que en nuestra provincia y en nuestro país sigue habiendo energúmenos, porque no hay otra forma de llamarlos, que piensan que perseguir y apalear a personas LGTBI, extranjeros pobres o personas diferentes debería ser deporte nacional.

Que piensan que los gorditos o personas con capacidades diversas son de un buen blanco de bromas de mal gusto. Que si una mujer contesta, la violencia puede ser una opción. En pleno siglo XXI hay personas que, en vez de dedicar tiempo a su vida, se dedican a pasar el tiempo escudriñando formas de insultar y violar los derechos y libertades de los demás. Y eso es lo que muchos niños y niñas aprenden en casa, en algunos contextos sociales o en redes sociales.

Nuestros niños y niñas no nacen sabiendo estas cosas. Lo aprenden porque lo ven en sus referentes. Cuidemos los referentes.

En la llanura manchega, donde el horizonte parece infinito, todavía hay niños y niñas que se sienten encerrados en un aula. Y mientras quede uno solo viviendo con miedo a volver al colegio, mientras una niña prefiera el silencio a pedir ayuda, mientras un grupo ría a costa de otro sin que nadie diga basta, la educación seguirá teniendo una deuda con la infancia.

Ciudad Real, tierra abierta y solidaria, no puede permitir que el miedo siga ocupando los pupitres. Porque esto no es algo nuevo. Es hora de mirar a los ojos a nuestros hijos e hijas y decirles que no están solos, que sus lágrimas importan, que sus voces cuentan. Porque ninguna risa vale tanto como la vida de un niño o una niña.

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