En pleno 2025, casi treinta mil hogares de la provincia de Ciudad Real siguen sin acceso a internet de calidad. Es un dato que podría parecer técnico, pero encierra un símbolo poderoso: la distancia entre quienes avanzan y quienes apenas pueden conectarse al futuro.
No se trata solo de cobertura o velocidad de red, sino de oportunidades. La desconexión digital se ha convertido en una nueva forma de desigualdad, una frontera invisible que separa a la España que innova de la que resiste. Y Ciudad Real, en el corazón de la Mancha, está justo en ese punto de cruce.
La provincia vive entre dos velocidades. Por un lado, la capital y las grandes localidades como Puertollano, Alcázar de San Juan o Valdepeñas intentan abrirse paso hacia la modernidad con polos universitarios, empresas tecnológicas y proyectos de energía verde. Por otro, una amplia franja de municipios rurales lucha cada día contra la despoblación, la falta de infraestructuras y la pérdida de servicios públicos.
En algunos pueblos, la escuela ha cerrado; en otros, apenas hay transporte público o conexión estable. Esa fractura interna es el principal desafío del presente: cómo evitar que el territorio se divida entre quienes tienen futuro y quienes lo ven marcharse.
Mientras tanto, la realidad local ofrece señales contradictorias. Esta semana, la Escuela Superior de Informática de Ciudad Real celebró una jornada de empleo con la participación de casi una veintena de empresas del sector tecnológico. Los jóvenes que llenaron sus aulas representan una generación preparada, ambiciosa y consciente de que el conocimiento digital puede transformar la región.
Sin embargo, muchos de ellos saben también que su destino profesional, probablemente, los llevará lejos de aquí. No por falta de talento, sino por falta de oportunidades. El reto no está solo en formar bien, sino en ofrecer razones para quedarse.
En paralelo, la Diputación Provincial ha mostrado su respaldo a la V Gala Benéfica BNI ACR Productividad, un encuentro donde el empresariado local combina su esfuerzo económico con compromiso social. Pequeñas y medianas empresas de la provincia, muchas nacidas en entornos difíciles, están demostrando que es posible crecer sin olvidar la solidaridad.
Esta confluencia entre innovación y responsabilidad social es una señal esperanzadora: Ciudad Real no solo puede competir, sino que puede hacerlo con valores.
La provincia, en realidad, tiene los ingredientes para reinventarse. Cuenta con una universidad activa, con centros de investigación en energía y biotecnología, con un tejido agroalimentario potente y con una posición estratégica en el centro peninsular.
Lo que falta es conectar esas piezas. La digitalización, esa palabra que tanto se repite y tan poco se concreta, debería ser la herramienta que vertebre el territorio. No solo instalar fibra óptica, sino llevar la cultura tecnológica a los colegios, a los ayuntamientos, a las cooperativas agrarias. La innovación no nace de las máquinas, sino de las personas que aprenden a usarlas para mejorar su entorno.
Reinventar Ciudad Real desde la innovación no significa copiar modelos ajenos ni aspirar a ser un pequeño Silicon Valley manchego. Significa entender que la modernidad también puede tener acento rural. Que un pequeño municipio con buena conexión puede atraer teletrabajadores o proyectos de economía verde.
Que una cooperativa agraria puede usar datos y sensores para ahorrar agua y energía. Que un joven formado aquí no tiene por qué emigrar si encuentra aquí las condiciones para crear. Innovar es, en esencia, transformar lo cotidiano: mejorar lo que ya somos sin renunciar a nuestras raíces.
El reto no corresponde solo a las administraciones. También a la ciudadanía, al tejido empresarial y a las propias instituciones educativas. La colaboración público-privada debe dejar de ser un eslogan y convertirse en una práctica constante.
Las universidades pueden abrir sus laboratorios a las pymes, los ayuntamientos pueden crear espacios digitales compartidos, los empresarios pueden apostar por la formación dual, y los medios de comunicación locales pueden ser altavoz de esas iniciativas. La innovación no es una meta abstracta, es una forma de pensar y de cooperar.
En los últimos años, Castilla-La Mancha ha avanzado en digitalización, pero la velocidad no ha sido uniforme. Ciudad Real podría convertirse en una referencia si asume un papel activo: no esperar las soluciones, sino crearlas.
Hay ejemplos que inspiran: pueblos que han apostado por energías renovables, proyectos de turismo sostenible, redes de mujeres rurales emprendedoras o jóvenes que fundan startups desde espacios de coworking improvisados. Esa es la cara menos visible, pero más valiosa, de la provincia. No la que se lamenta, sino la que construye.
Frente a la resignación o al victimismo, Ciudad Real puede ofrecer un modelo alternativo de desarrollo: un equilibrio entre tecnología y humanidad, entre innovación y solidaridad. La digitalización no debería despersonalizar, sino acercar.
Y si algo distingue a esta tierra, es precisamente su sentido de comunidad, esa red invisible de apoyo mutuo que atraviesa generaciones y municipios. En un mundo acelerado y cada vez más impersonal, ese puede ser el mejor valor diferencial.
El futuro no se espera, se diseña. Y Ciudad Real tiene la oportunidad y la obligación de hacerlo desde su propio carácter. Ser innovadora no es un lujo, es una necesidad para garantizar que ningún rincón del territorio quede fuera del progreso.
La provincia puede ser un laboratorio de soluciones rurales, un ejemplo de cómo la innovación puede nacer también de la cercanía, del esfuerzo compartido y de la voluntad de permanecer.
Porque Ciudad Real no quiere ser solo un punto intermedio entre Madrid y Andalucía, entre el ayer y el mañana. Quiere ser un referente de cómo una provincia, con decisión y visión, puede conectarse al mundo sin perder su alma.
Si logra hacerlo, si convierte la brecha digital en un puente y la fuga de talento en regreso, entonces la Mancha dejará de ser sinónimo de vacío para ser sinónimo de posibilidad. La innovación, al fin y al cabo, no consiste en olvidar lo que somos, sino en encontrar nuevas formas de seguir siendo. Y en eso, Ciudad Real tiene mucho que enseñar.
