Ciudad Real vivió este jueves un acto poco frecuente. Un regreso que no era de nostalgia, sino de reconocimiento. Un reencuentro entre una ciudad y una investigadora que, más de medio siglo atrás, dejó escritos algunos de los fundamentos de cómo entendemos hoy nuestra propia historia.
El motivo no era menor. La ciudad celebraba un homenaje a Carla Rahn Phillips, la historiadora estadounidense que en 1969 realizó aquí algunas de las primeras investigaciones modernas sobre la capital.
El evento organizado por el consistorio capitalino se celebró en el Museo López-Villaseñor, donde la autora, tras firmar en el libro de honor, mantuvo un encuentro con los medios y saludó a los representantes institucionales, entidades, asociaciones y fuerzas vivas que fueron invitadas al evento y que quisieron acompañarla.
Ese ambiente cercano dio paso al acto oficial, en un salón en el que, además del equipo de gobierno municipal y la prensa, destacaban dos figuras de referencia en el panorama académico español: Benigno Pendás, director de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, y Hugo O’Donnell y Duque de Estrada, académico de la Historia y especialista en historia naval.
Antes de iniciar cualquier reflexión, conviene recordar por qué Carla Rahn merece este lugar central. Su vinculación con Ciudad Real nace en 1969, cuando llegó como joven investigadora a una ciudad más modesta, menos conectada y con recursos limitados.
Fue aquí donde, gracias al acceso directo a documentos y ordenanzas conservados en la antigua Casa de Cultura diseñada por Miguel Fisac, además de otros archivos, elaboró algunos de los primeros estudios modernos sobre la historia de los siglos XVI y XVII de la capital.

Su obra sobre las ordenanzas municipales de 1632 abrió una puerta que hasta entonces nadie había cruzado con método académico riguroso: La de considerar Ciudad Real como un objeto de estudio histórico de interés internacional.
Quizá por eso emocionó tanto la anécdota que compartió hoy. Sin posibilidad de recorrer la provincia, Carla contaba que pasaba horas y horas en aquella Casa de Cultura, donde “tenía todo a mano”. Ese edificio, que hoy muchos ven apenas como una pieza arquitectónica más del pasado reciente, fue, para ella, una catedral del acceso. Un lugar donde la información estaba cerca y la investigación era posible. De esa rutina silenciosa nació un trabajo que aún hoy forma parte de las bibliografías universitarias internacionales sobre la historia local.
Esta anécdota no es menor. Señala una verdad que Ciudad Real lleva décadas pasando por alto: El patrimonio documental no se conserva solo en archivos silenciosos, sino en los espacios que permiten leerlo, estudiarlo y reinterpretarlo.
La memoria no se protege únicamente guardándola, sino dándole vida. Sin aquella biblioteca abierta, sin aquel acceso fácil y directo, Carla Rahn probablemente jamás habría podido escribir lo que escribió. Y eso significaría que Ciudad Real hubiese perdido una parte importante de su propio relato.
Más adelante, en una intervención certera, el alcalde de la capital, Paco Cañizares, habló de la necesidad de “reconciliarnos con nuestra propia historia”. Y esa frase, pronunciada en un acto que conmemoraba precisamente a una mujer que vino a estudiarnos cuando aún no sabíamos contarnos bien, abrió una puerta interesante.
Reconciliarse no es limitarse a aceptar el pasado, sino comprenderlo y hacerlo legible. Reconciliarse requiere, sobre todo, cuidar la base que lo sostiene: La historia escrita, la documentación que permite reconstruir el tiempo, la memoria que se consulta, no la que se imagina.
Porque si algo se desprende del regreso de Carla Rahn es que la narrativa es el patrimonio invisible que mejor define a Ciudad Real. Una narrativa entendida no como relato literario, sino como estructura de sentido: Lo que contamos de nosotros, lo que los documentos revelan, lo que los archivos conservan, lo que la investigación ordena.
La provincia tiene patrimonio físico, sí, pero en este territorio de llanuras la verdadera huella histórica se ha transmitido casi siempre por las cosas de la vida diaria: En ordenanzas, padrones, lindes, protocolos, memorias municipales, actas, inventarios y miles de folios que guardan la forma en que fuimos.

Y todo ese caudal documental no significa nada por sí solo. Necesita interpretación y personas que lo interpreten, acceso, espacios adecuados y voluntad política y social para que no repose únicamente como material archivado, sino como material activo.
En la provincia, hay hoy grandes investigadores e investigadoras que trabajan con enorme dedicación para seguir contando nuestra historia. Su labor diaria es parte esencial de esa narrativa colectiva que defendemos. Sin su trabajo silencioso, la memoria escrita de Ciudad Real no avanzaría ni se renovaría. Deberíamos cuidarlos más.
La anécdota de Carla lo explica de manera cristalina: Una ciudad con una biblioteca accesible creó, sin proponérselo, el entorno idóneo para que alguien contara su historia con rigor. Esa es la enseñanza central del día: Sin lugares que faciliten la lectura, la consulta y la investigación, no hay narrativa posible, ni local ni universal.
Si le negamos el acceso al material a los y las estudiantes que serán las grandes mentes de nuestra región, ¿cómo pretendemos retener la genialidad manchega en nuestros pueblos? Nunca se valorará lo que somos, si no retenemos a las personas capaces de contarlo.
Por eso, más que hablar de castillos o infraestructuras monumentales, tremendamente importantes, pero no protagonistas hoy, conviene fijarse en lo esencial: ¿Qué hacemos con nuestra memoria escrita? ¿Qué futuro damos a los espacios donde se consulta, se estudia y se comparte? ¿Estamos dispuestos a convertir nuestro patrimonio documental en un recurso vivo para estudiantes, investigadores y ciudadanos?
Reconciliarse con la historia empieza ahí, en la capacidad de abrir las puertas del conocimiento, no solo de celebrarlo una vez al año.
El homenaje a Carla Rahn Phillips no debería cerrarse como un acto emotivo, sino abrirse como una oportunidad de entender que nuestra identidad depende de aquello que sabemos contar. Que el patrimonio documental no es un fondo silencioso, sino el cimiento que permite construir una narrativa común.
Si una investigadora que llegó aquí en 1969 pudo redescubrirnos gracias a una biblioteca abierta, el verdadero reto del presente es dar continuidad a ese legado. Garantizar que Ciudad Real capital y provincia siga siendo un lugar donde la historia pueda escribirse, estudiarse y compartirse.






