Fragmentos: El entorno. Cuando ayuda… Y cuando hace daño
Capítulo 2: Cuando el alma grita pidiendo empatía en un entorno hostil

La herida no siempre es la disociación: a menudo es la invalidación que la rodea / #Tintamanchega

by | Dic 6, 2025 | #Manchactual

En salud mental, lo más doloroso rara vez es el trastorno en sí: es enfrentarse a un entorno que duda, juzga, minimiza o interpreta lo que te pasa desde su propia incomodidad.

Hay algo que casi nunca se dice en voz alta: para muchas personas con un trastorno disociativo, o cualquier trastorno o enfermedad de salud mental, lo más duro no son los propios síntomas en sí, sino cómo reacciona el entorno.

En el caso del TID y la amnesia disociativa, vivir con lagunas, cambios de estado o identidades no es fácil, pero el verdadero golpe muchas veces viene de quienes te rodean. Por ignorancia, por ego, por miedo o por falta de voluntad para revisar sus propias conductas.

Y ya va siendo hora de decirlo claramente: la falta de alfabetización emocional y psicológica del entorno causa tanto daño como el propio trastorno.

Hay reacciones que duelen más que un cambio de estado o una disociación. Más que un vacío de memoria.

Porque la disociación, al menos, tiene una razón de ser. Pero que alguien cercano responda con duda, juicio o negación… eso es un daño añadido que podría y debería evitarse.

Uno de los patrones más frecuentes —y más tóxicos— es la deslegitimación. No un “no te creo” explícito, sino frases disfrazadas de preocupación:

“¿Seguro que no te acuerdas?”

“Algo tiene…Pero eso no”

“¿Y por qué no te has dado cuenta antes?”

Ese tipo de comentarios pasan por neutrales, pero son violencia psicológica. No hace falta gritar para invalidar; basta con sembrar dudas que erosionan tu confianza en tu propia experiencia. Cada insinuación de “esto no puede ser así” te obliga a justificar algo que ya de por sí es difícil de explicar. Y eso cansa, desgasta y retraumatiza

Otra forma de maltrato encubierto es el esfuerzo por normalizarte. Gente que quiere que “vuelvas a ser el de antes”, como si tu identidad fuera un producto defectuoso que hay que devolver a fábrica. Quienes insisten en que “si te esfuerzas, puedes”, sin entender que esto no es cuestión de voluntad. Ese positivismo tóxico que convierte la recuperación en una competición en la que, si no mejoras al ritmo que ellos quieren, sienten que les decepcionas.

Es una presión brutal, que algunos ni siquiera reconocen.

Porque admitir que alguien que quieren tiene un trastorno disociativo les obliga a mirarse a sí mismos, a sus egos y miedos. Y muchos prefieren que seas tú quien cargue con él.

Otro patrón muy dañino es la evasión: quienes, por incomodidad, pasan a comportarse como si nada ocurriera. Minimizar, ignorar, cambiar de tema, hacer como si las lagunas no existieran. Prefieren su comodidad antes que abrir un espacio para entender lo que te pasa.

El mensaje implícito es devastador: “Arréglate tú mismo, pero no me salpique”

Eso también es violencia. Pasiva, sí. Pero violencia igual.

En el fondo, el entorno quiere que seas fácil. Lineal. Predecible. Que tu identidad y tu memoria encajen en un molde que no los obligue a esforzarse emocionalmente. Pero la disociación rompe esa comodidad, y ahí es donde se ve quién acompaña de verdad.

¿Y cómo debería reaccionar el entorno?

Con algo que parece simple, pero que sorprendentemente escasea: madurez emocional.

Lo primero es que deberían informarse mínimamente. No hace falta una carrera universitaria, basta con querer. Es muy fácil exigir que expliques cada detalle, pero no dedicar ni cinco minutos a buscar qué es el TID o qué implica la amnesia disociativa. Ese pasotismo no es inocente: es irresponsabilidad emocional.

También deberían aprender a creer sin interrogatorios. No todo tiene que ser como tú quieres para ser válido. La validación es un acto de respeto, no una auditoría.

Deberían dejar de proyectar su miedo, su ego, su incomodidad o su confusión sobre ti.

El entorno sano pregunta “¿qué necesitas?” en lugar de asumir. Acompaña sin presionar, sin corregir, sin esperar que todo sea común. Acepta que habrá días difíciles, cambios inesperados, lagunas de memoria… y aun así permanece presente sin convertir cada paso en un drama.

Y, sobre todo, el entorno tendría que interiorizar algo que cuesta aceptar: No somos las personas con un trastorno los que siempre debemos cambiar, es el entorno quién debe también ajustar su forma de estar si quiere poder ayudar.

Si el entorno quiere ser parte de la solución, tiene que dejar de ser parte del problema.

Así de sencillo.

Así de incómodo.

Así de urgente.

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